Escribe: Julio Dalton Guevara
Desde hace ochenta años y más, muchos teóricos sociales
han vaticinado el fin del capitalismo sin que hasta ahora suceda; por el
contrario vemos que este sistema económico, con todos sus defectos y
consecuencias sociales y ecológicas, se ha convertido (se ha impuesto, dirán
algunos) en la única forma de organización económica válida hoy por hoy para la
especie humana. Y no es para menos. Algunos dicen que esta aceptación en masa
del capitalismo tiene que ver con ese lado salvaje que tenemos como especie, con
eso que alguien llamaría herencia atávica. Muy al margen de todos los avances
tecnológicos que tenemos y seguiremos teniendo dentro de este sistema, al
plantear la fórmula del sálvese quien pueda (quien pueda pagarse una buena
educación, quien pueda obtener el mejor diploma, el mejor puesto, pagarse la
mejor salud, el mejor restaurante, la mejor ropa, la mejor casa, el mejor auto
y un etcétera infinito de cosas) el capitalismo despierta el lado salvaje de la
especie humana. Toca el lado del hombre cazador que mira la presa y la sigue
hasta conseguirla, el espíritu de supervivencia que existe desde que la especie
apareció en el planeta. El sálvese quien pueda existe en todos los niveles de
las relaciones sociales desde que éstas se inician con la infancia. Lo que
propugnan ahora los teóricos es al autofagia del capitalismo, la bestia que se
devora a sí misma. Los sistemas sociales no mueren como los hombres,
silenciosos y tranquilos; cuando lo hacen siempre traen consecuencias nefastas,
ha sido así desde los cambios de sistema que se han dado en escalas nacionales
(las revoluciones francesa y rusa son los más destacados ejemplos, y los hay
realmente dantescos yendo un poco más atrás en la historia) y con mayor razón
será cuando muera un sistema que se ha expandido a escala mundial y eso, aunque
los vaticinios de los teóricos hayan fallado hasta ahora, eso, en algún momento
sucederá.